miércoles, 10 de agosto de 2011

Medellín.

estábamos con Uli esperando en una tienda de abarrotes algo colmada que daba a la calle para comprar nuestra media nuestra de cada día que vivimos en Colombia -hablo del Viejo de Caldas, claro está, que conseguimos súper barato: once mil colombianos, quizás-, cuando una joven punk saca unas píldoras de su cartera y le da media o una entera a su amigo y yo me quedo mirando, algo desconcertado, era sábado a la noche, había mucha gente y ellos eran jóvenes, así que me quedé mirando y sonriendo ante la situación y la joven me ofrece una: sí, claro, por qué no, qué es: ribotril, valium, no recuerdo muy bien, pero me pasa una y un trago de cerveza para que hiciera lo pertinente: tomarla. gracias, sí, muchas gracias.
en la tarde habíamos estado en el Atanasio Girardot con las uruguayas que conocimos en Huanchaco -y que se quedaban en otro hostel- viendo cómo Nacional le ganaba al América por tres a uno, después fuimos a festejar a la ¿76? con unas águilas probablemente, y ahora estábamos solos tratando de conseguir nuestro elixir. la noche anterior, la del viernes, me había quedado más que claro que en Medellín hay alta joda los fines de semana, hay alta joda y harto turistas, sobre todo en el Parque Lleras. entonces nos fuimos con nuestra media y unas águilas a una especie de quebrada que había camino del hostel y había ahí unos jóvenes alternativos -Tati me lo había dicho- escuchando música y fumando hierba y la vista era increíble, y nos pusimos a beber ron y cerveza y fumar cigarros, y yo le decía a Uli que esa noche quería hacer cualquier cosa, o sea, cualquier cosa porque estaba Kala, teníamos muy buena onda desde que nos conocimos, pero se me hacía que yo quería descontrolar esa última noche en Medellín porque sabía que se prestaba al descontrol, pero tampoco quería ser mala onda con Kala, y otra vez y como siempre, quería todo, sí todo, y Uli me decía que hiciera lo que sentía, que estaba en todo mi derecho, y yo así también lo creía, pero, pero, pero, ahhh, las mil y una  vueltas, nunca de acuerdo con nada, siempre narcotizado y aburrido, o sólo ahora, en este preciso instante en que llueve en el DF; llueve en la terraza.
seguimos camino al hostel y en el jardín nos encontramos a las chilenas que habíamos conocido en la tarde, antes de ir al partido -no, no fué así, o en todo caso en la tarde supimos sus nombres, pero conocerlas de manera visual, eso fue tipo el mediodía, o tal vez un tanto antes, ellas entraron a la habitación discutiendo mientras todos dormíamos, yo me desperté, las miré con cara conciliadora y no hubo caso-, estaban tomando vodka que habían comprado en el mercado negro de Santa Marta -que nunca encontramos-, aunque en el hostel no se podía traer bebidas de fuera, pero a ellas poco parecía importarles. nos pusimos a beber y charlar deliberadamente de los monopolios, yo hablaba con Malena y Uli con Javiera, en algún momento, no sé cómo y como siempre, llegamos a ese acuerdo tácito. Malena toca el bajo en una banda de rock, y ya, claro que sí, claro que me gustaba, me gustaban sus ojos endiablados y me gustaban sus tetas, para ser sincero. taurina, ella. habíamos quedado con las uruguayas en que pasaran a buscarnos, sería la última vez -ellas ya se volvían- desde aquella primera vez en Huanchaco, en la mañana, cuando en My Friend se acercó ¿Damián? a nuestra habitación y nos dijo: argentinos, acá los buscan como cinco chicas. en Medellín sólo quedaban tres: Kala, Majo y Noelia. fue genial conocerlas y yo pegué onda con Kala enseguida y nos vimos en Perú, en Ecuador y ahora en Colombia, pero ahora me encanta destruir, destruyo todo lo que me gusta y me hace bien, para creer quizás que siempre hago lo que quiero, porque mi libertad es tan... desolada y estúpida que no entiende de razones. así que nos fuimos -al menos quedaba Karl, digo, no pasarían tan al pedo; cabrón- con las chilenas a un barrio por el que habíamos pasado la noche anterior cuyo nombre no recuerdo pero resultó ser súper caro y enfilamos para el Parque Lleras, again, sí claro, el ron la cerveza y la pastilla ya hacían lo suyo, pero yo me sentía inseguro, atolondrado, mala onda, y al mismo tiempo la estaba pasando súper bien con Malena, digo, todavía no había pasado nada, pero había una muy buena conexión. Medellín también es una ciudad grande, el doble de Puebla, pero los turistas nos movemos en las mismas direcciones, así que bajamos del taxi y mientras caminábamos hacia el parque vi que Kala venía en la otra dirección por la vereda y como que me abrí un tanto hacia la calle y no sé si me vió, Uli me dijo que no las había visto, pero yo sí la ví, con su remera de los Ramones y su camisa rojinegra a cuadros, caminando al lado del gigante Karl y con cara de pocos amigos. seguimos hasta el bar en el que habíamos estado la noche anterior con ellas, bar rockero, yo a esa altura necesitaba encontrar al vendedor de chicles, por cierto, y nos quedamos en la puerta y al rato llegan las uruguayas y... sí claro que nos vimos, intentaron saludarme, yo con cara de boludo y Malena que quizás no entendía nada, claro, no sabía nada tampoco, así que aguanté un ratito más y me fui a buscar al vendedor de chicles sin avisar a nadie. mi plan maestro estaba resultando al pie de la letra, o sea, todo mal, todo el tiempo todo mal: es un síntoma bien claro: me encanta cagar todo. caminé hacia mi derecha, doblé otra vez a la derecha, había gente y música y murmullo por todos lados, sábado a la noche, me encuentro con el vendedor de chicles, le pregunto si tiene, me dice que sí, que cuánto, no me acuerdo, mirá, a ver, pruebo, aparecen sus compinches, me convidan Anqtioqueña y me quedo un rato ahí solo pero con mis chicles y estos muchachos que no conocía pero tenían Antioqueña. me despedí y seguí caminando en dirección contraria al bar, hacia el parque, y en un cuatrocaminos algo obscuro me cruzo con Malena que caminaba por ahí, sola también. bingo. nos sonreímos y seguimos caminando en dirección al parque, claro que después de los chicles la sensación de bienestar efímero me acompañaba y ya todo me importaba un cuerno, ya era Dios y todos los apóstoles  más un equipo de fútbol amateur sin director técnico; no recuerdo que hayamos entablado conversación alguna, sólo recuerdo que empezamos a besarnos y tambalearnos por todas las calles que tan amablemente nos sostenían, algo así, ahora que lo pienso, esas situaciones tienden a gustarme demasiado, algo así como pretender que el mundo no existe a mis espaldas pero en realidad es un acto de exhibicionismo crónico en el que uno es el protagonista de una película que transcurre en tiempo real y los espectadores no prestan ni un mínimo de atención, porque, sinceramente, ¿a quién carajo le importa? rebotamos un rato entre las calles y los postes de luz, paredes y cosas por estilo e imagino que yo necesitaba chicles así que probablemente sugerí que nos furéramos al hostel, y probablemente eso hicimos, no, eso hicimos, lo que no sé es si fue en taxi o caminando, pero comosea, necesitaba -¿necesitaba?- de los chicles.
me viene a la mente, no sé por qué, la imagen del Gran Bar, el viernes en la tarde cuando se largó la lluvia y descubrí ese bar encantador frente al metro que se extendía en lo alto y yo tomaba pilsens, era algo parecido a una confitería porteña, creo que por eso me gustó tanto, bueno, no sé por qué me viene esa imagen a la cabeza, antes de toda aquella locura que todavía no asomaba y se suponía que tenía que ser distinto, no, no distinto, igual a lo que había sido, pero otra vez vuelvo a lo mismo, a que lo mismo es lo que quería evitar al día siguiente, no sin habérmelo propuesto, claro está, pero la tarde había estado bien como estaba y sin necesidad de hacer lo que estaba haciendo el sábado en la noche. igual, hablar de necesidad suena algo exagerado, porque no era una necesidad, o tal vez sí, ahora sólo tengo el recuerdo hermoso de aquella noche en la que hice lo que quise, otra vez y como siempre, es como el cuento de la buena pipa, quizás, tal vez esté desvariando, algo que suele pasarme cuando intento hacer lo que hago, pero de todas formas, Medellín es una ciudad hermosa, primavera eterna con su plaza llena de Boteros  gordos, es algo increíble, de eso no hay duda, pobre Medellín, tener que soportar a toda esa horda de turistas desesperados por hacer un montón de estupideces, ¡todos al mismo tiempo!
llegamos al hostel y dimos vueltas por todas partes, en algún momento llegaron Uli y Javiera, le pasé los chicles a Uli, estábamos en las hamacas en algún momento, hablando sobre cuanto le molestaba a Malena la gente que hacía lo que terminamos haciendo. en cualquier caso, la peor parte fué al día siguiente, después de desayunar los cuatro en el jardín al costado de la pileta cuando llegaron Kala, Majo y Noelia, las vi al salir del baño y me sentí estúpido, desagradable, todas esas cosas  por las que huí de Buenos Aires, bueno, sentía todo eso otra vez y como un niño, niño, niño, siempre un niño caprichoso y confundido que nunca va a crecer, simplemente por el cínico hecho de que no lo quiere hacer, como buen caprichoso que es.
me pasé la tarde espiándolas a las dos, a la distancia y sin hablar con ninguna de ellas. en algún momento salgo a la vereda y me siento a ver la luz de la tarde que caía sobre los árboles y aparece Kala: ¿qué pasa?, me pregunta.
¿qué pasa...?

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