sábado, 25 de febrero de 2012

no soy un extraño.

acabo de llegar. no paro de pensar, de beber y de existir. porque según tengo entendido la existencia es algo importante, ¿no?, digo, al menos la existencia de uno porque si yo dejara de existir imagino que estaría muerto, pero no, no estoy muerto. en todo caso estoy ebrio, pero ya, eso tampoco importa, en todo caso nada de lo que diga importa, pero tenía una necesidad angustiosa de escribir esto porque no sé, no lo soporto, no lo entiendo y me impide emborracharme -quizás sea esa la razón más importante-. tenía que ver con ESO que pasó en la semana, el episodio del tren, esa tragedia Argentina tan Argentina en sus formas y en sus estúpidas consecuencias. entonces no podía parar de pensar en eso y me puse a escuchar a Charly, "Piano Bar", "Clics Modernos" y "Yendo de la cama al living", de manera inconsciente, pero enseguida -no tan enseguida- me dí cuenta que eran sus tres primeros discos solistas escuchados en orden descendiente, cosa que no viene al caso, pero me preguntaba por qué, y la verdad es que son los tres discos que más me gustan, al menos de la música de nuestra Argentina, y me pregunté si acaso recordaría esas melodías desde mi más niña infancia en las calles de Colegiales o en todo caso me hacían acordar a las calles de ese mismo barrio pero treinta años más tarde mientras caminaba sus desoladas calles esperando al Puma. "ahh, ¿qué hacés?"; mentiría si dijera que no extraño esas épocas. y me vienen a la cabeza tantas, pero tantas escenas porteñas malditas y encantadoras, y no soy un extraño, conozco esa ciudad, no es como en los diarios desde acá.  no le debo nada a Entel; me cuido la nariz. y me gusta Cristina. y tiene más que ver con una cosa maternal que con cualquier otra cosa. hoy bebí todo el día, lento pero seguro, y pura cerveza, porque lo que de verdad hace mal es el mezcal o cualquier bebida parecida -aunque no existen bebidas parecidas-. entonces escucho a lo lejos el rumor del Río de la Plata y siento que no puedo disfrutar de Charly de la misma manera porque vivo en México, y eso me come el coco y me impacienta. porque en Buenos Aires puedo hacer lo que quiera, y como siempre, siempre termino haciendo estupideces -aunque ya he empezado a hacer estupideces en México-. esa tarde que fuimos a beber con Federico al Antares de Cañitas, por ejemplo, se supone que iba a ser eso y ya; pero no, para mí en Buenos Aires nunca es ya, porque la conozco, porque me deja hacer lo que quiera o por lo que puta fuere. me dije, ¿por qué no vamos al viejo barrio de Palermo a ver qué onda? y eso hice. escucho un tango y un rock y presiento que soy yo, y camino por Pacífico, mi lugar en el mundo, Santa Fe y Juan B. Justo, amo ese lugar como pocas cosas en este ridículo mundo. y entonces estoy solo en la noche porteña como hacía tiempo no me pasaba: y lo sé, lo presiento: voy a hacer cualquier cosa, porque ella me deja. y hace catorce horas que estoy de turno en el hostal y Dindi llega mañana y nunca me sentí tan desconcertado. pero esa noche de jueves en Palermo me dije: caminemos a la plaza Palermo Viejo -si, esa que todos llaman plaza Armenia-, y veamos qué onda. onda, conozco ese lugar. me voy al chino de Costa Rica y compro cerveza; me siento en la plaza y veo qué onda. la onda es que está llena de gringos y no me gusta -cosa que no entendí, porque en México vivo rodeado de gringos (entiéndase por gringos extranjeros)-. las chicas tienen un lugar donde viven esas cosas que asombran. los chicos tienen un lugar donde ir a conversar. entonces veo unas gentes con una remera que decía, en inglés pero con el logo de Quilmes, algo así como: ¿podés beber mientras trabajás? oh sí, pensé, es lo que estoy haciendo en este momento, idiota. me di cuenta que era un pub crowl, cosa que hice en San Francisco, que es que te llevan de bares con un guía -que eran los que tenían la remera de la pregunta- o algo así. igual pregunté cómo era la onda: $100 pesos y bla, bla, bla, y al final al Club Aráoz. no gracias, conozco ese lugar, no es como en los diarios. volví al chino, estaba cerrado, quería más cerveza pero barata, no de bares, y voy a buscar a los pibes que estaban tomando en la plaza -que según me enteraría más tarde eran de Gleu-. ¿che, dónde puedo comprar birra? allá, del otro lado de la plaza -estábamos en Costa Rica, frente a la parrila a la que habíamos ido a comer días antes con María, primo Diego y su chica-. ¿cuánto cuesta? diez la de litro, vení que te acompaño. vamos. compro una, pero me doy cuenta que es poco, así que pido dos, pago con veinte y me quedan cien. las pasamos a botellas de plástico y nos volvemos a Costa Rica. nos ponemos a beber, ellos me convidan un trago que sabe a Gancia, piden hielo en la parrilla de enfrente y como era de esperar, llega la pregunta, que no recuerdo exactamente cómo fué, así como tampoco recuerdo si fué una pregunta. coca, eso -no cola-. que cuánto cuesta, que si es buena, que no sé, que la dejé -y es cierto-... bebamos en paz. la paz no existe, así que sí, solo tengo cien pesos, que los chicos van a buscarla y todo eso. en ese momento vuelvo a pensarlo: en esta puta ciudad puedo hacer lo que quiera, y eso me encanta y me destruye. van a hablar con el cuidacoches, no hay buena onda -y claro, yo soy un extraño-, pero el pibe de los astilleros que vestía la remera de Argentina y que me llevó a comprar cerveza al principio, Alberto, no sé por qué pero como que tiene buena onda conmigo, me dice que sí, que va a salir. comosea, les doy los cien pesos y lo que sea. ¿qué tendrá que ver todo esto con los trenes que chocan? el pibe de los astilleros nunca se rendía. el que se fue volvió con dos bolsitas, sí, a mí me sudaban las manos, dame una, la abro, meto dedo índice en la bolsa y después bien adentro de mis narices. ¿y acaso creen que a alguien le importaba?, no, a nadie, ni a nosotros, ni a ellos, ni a nadie. sentados en el parapeto de la plaza tomando merca, en pleno Palermo histérico, qué carajo, a nadie le importa un carajo. siento el amargor ese que cae por la garganta y meto el dedo unas cuantas veces más y escucho el beat de un tambor entre la desolación y me prendo un cigarro. ya no me queda guita y queda poco trago y quedan pocos cigarros. comosea, logro que una de las bolsas se quede cerca y la otra desaparece, y está todo bien. el lujo es vulgaridad. pero el trago se acaba, la cerveza y la copa loca, y me voy a pedirle guita a las gentes que están en la plaza y en los bares. y si Buenos Aires me deja hacer lo que quiera, bueno, no es mi culpa. voy una, saco diez, y voy a comprar cerveza. voy una segunda, saco diez, y voy a comprar cerveza. voy una tercera, saco diez y vuelvo a comprar cerveza -las dos primeras sacando de a uno y dos pesos; la tercera conseguí un diez de una (creo que fue porque al flaco del bar al que le pedí se dio cuenta que su chica y yo teníamos onda)-.  se acaba la cerveza, se acaban los cigarros, yo solo tenía un peso veinte que guardaba como tesoro para volver a casa de María, mi hermana. jodiste a todo Cristo y más. nos ponemos a hablar con Alberto. apenas si tiene veinte años y ya tiene un hijo. que lavan autos en la plaza, gira que te gira por las noches, siento el recelo de todos los demás, pero hablamos, y hablamos sincero: que no lo dejan entrar a Gleu porque se mando algún moco con otra chica que no era la madre de su hijo. y ahí estamos los dos, solos, cada uno en su soledad pero nos hacemos compañía, sí, una compañía que no dura, pero en ese momento es todo lo que tenemos. le digo, con pena pero sin gloria, que lo que estamos haciendo es efímero, y cosas por el estilo; él no va a cambiar su manera de vida y yo tampoco, a quién queremos engañar. mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver. atado con doble cordel. a esa altura ya nadie me quiere convidar siquiera cigarros. nos tiramos en el parapeto que bordea la fuente que no tiene agua, él, su hermano y yo. me recuesto, ya nada más importa, y entro en un sueño feroz. en algún momento giro hacia mi derecha y siento el golpe: sí claro, aterricé en el piso. tobillo y codo -todavía lo siento en el codo-. abro los ojos, la plaza está vacía y los bares están cerrados pero todavía es de noche. ¿todo bien? me pregunta Alberto. sí, todo bien; ellos dos empiezan a irse -quien sabe dónde-.  y yo también, pero solo; tengo mi peso con veinte. empiezo a caminar hacia Scalabrini para tomar el 110. pienso en llamar a Juliana, que vive en mi casa y está a tres cuadras pero no; decido que no. a mitad de camino hacia la parada meto la mano en el bolsillo trasero del pantalón y no hay nada. vuelvo al parapeto y ahí están las monedas. lo que sigue apenas si lo recuerdo, pero llegué a la calle Galicia. acabo de llegar; no soy un extraño.