martes, 16 de agosto de 2011

esa mesa.

vi una foto y casi sin proponérmelo la recordé;
recordé esa mesa que me era tan familiar
y que ahora me resultaba tan pero tan ajena -lejana-
que me costó creer que en algún momento
yo comía y bebía de ella;
me resultó insoportable el recuerdo
algo absurdo y por demás descarado
mientras miraba esa película que
al mismo tiempo, pero distinto
me recordaba aquella otra mesa
que, no por eso, menos insoportable;
en el recuerdo la mesa era de madera
tallada
como en la vida la madera es árbol
llena de hojas;
inmóvil, como cualquier otra mesa:
la vida sin vida de la madera;

algo alborotado, el recuerdo
se borró en el instante preciso en que mi cabeza
pecaba de nostalgia precaria
y entonces
apenas pude  percibir la malicia
que penetra
pereza
y perdura;

el fin de la amargura
como alguna vez escuché en una calle
algo obscura -por cierto-
pero no por eso menos  acertada.




miércoles, 10 de agosto de 2011

Medellín.

estábamos con Uli esperando en una tienda de abarrotes algo colmada que daba a la calle para comprar nuestra media nuestra de cada día que vivimos en Colombia -hablo del Viejo de Caldas, claro está, que conseguimos súper barato: once mil colombianos, quizás-, cuando una joven punk saca unas píldoras de su cartera y le da media o una entera a su amigo y yo me quedo mirando, algo desconcertado, era sábado a la noche, había mucha gente y ellos eran jóvenes, así que me quedé mirando y sonriendo ante la situación y la joven me ofrece una: sí, claro, por qué no, qué es: ribotril, valium, no recuerdo muy bien, pero me pasa una y un trago de cerveza para que hiciera lo pertinente: tomarla. gracias, sí, muchas gracias.
en la tarde habíamos estado en el Atanasio Girardot con las uruguayas que conocimos en Huanchaco -y que se quedaban en otro hostel- viendo cómo Nacional le ganaba al América por tres a uno, después fuimos a festejar a la ¿76? con unas águilas probablemente, y ahora estábamos solos tratando de conseguir nuestro elixir. la noche anterior, la del viernes, me había quedado más que claro que en Medellín hay alta joda los fines de semana, hay alta joda y harto turistas, sobre todo en el Parque Lleras. entonces nos fuimos con nuestra media y unas águilas a una especie de quebrada que había camino del hostel y había ahí unos jóvenes alternativos -Tati me lo había dicho- escuchando música y fumando hierba y la vista era increíble, y nos pusimos a beber ron y cerveza y fumar cigarros, y yo le decía a Uli que esa noche quería hacer cualquier cosa, o sea, cualquier cosa porque estaba Kala, teníamos muy buena onda desde que nos conocimos, pero se me hacía que yo quería descontrolar esa última noche en Medellín porque sabía que se prestaba al descontrol, pero tampoco quería ser mala onda con Kala, y otra vez y como siempre, quería todo, sí todo, y Uli me decía que hiciera lo que sentía, que estaba en todo mi derecho, y yo así también lo creía, pero, pero, pero, ahhh, las mil y una  vueltas, nunca de acuerdo con nada, siempre narcotizado y aburrido, o sólo ahora, en este preciso instante en que llueve en el DF; llueve en la terraza.
seguimos camino al hostel y en el jardín nos encontramos a las chilenas que habíamos conocido en la tarde, antes de ir al partido -no, no fué así, o en todo caso en la tarde supimos sus nombres, pero conocerlas de manera visual, eso fue tipo el mediodía, o tal vez un tanto antes, ellas entraron a la habitación discutiendo mientras todos dormíamos, yo me desperté, las miré con cara conciliadora y no hubo caso-, estaban tomando vodka que habían comprado en el mercado negro de Santa Marta -que nunca encontramos-, aunque en el hostel no se podía traer bebidas de fuera, pero a ellas poco parecía importarles. nos pusimos a beber y charlar deliberadamente de los monopolios, yo hablaba con Malena y Uli con Javiera, en algún momento, no sé cómo y como siempre, llegamos a ese acuerdo tácito. Malena toca el bajo en una banda de rock, y ya, claro que sí, claro que me gustaba, me gustaban sus ojos endiablados y me gustaban sus tetas, para ser sincero. taurina, ella. habíamos quedado con las uruguayas en que pasaran a buscarnos, sería la última vez -ellas ya se volvían- desde aquella primera vez en Huanchaco, en la mañana, cuando en My Friend se acercó ¿Damián? a nuestra habitación y nos dijo: argentinos, acá los buscan como cinco chicas. en Medellín sólo quedaban tres: Kala, Majo y Noelia. fue genial conocerlas y yo pegué onda con Kala enseguida y nos vimos en Perú, en Ecuador y ahora en Colombia, pero ahora me encanta destruir, destruyo todo lo que me gusta y me hace bien, para creer quizás que siempre hago lo que quiero, porque mi libertad es tan... desolada y estúpida que no entiende de razones. así que nos fuimos -al menos quedaba Karl, digo, no pasarían tan al pedo; cabrón- con las chilenas a un barrio por el que habíamos pasado la noche anterior cuyo nombre no recuerdo pero resultó ser súper caro y enfilamos para el Parque Lleras, again, sí claro, el ron la cerveza y la pastilla ya hacían lo suyo, pero yo me sentía inseguro, atolondrado, mala onda, y al mismo tiempo la estaba pasando súper bien con Malena, digo, todavía no había pasado nada, pero había una muy buena conexión. Medellín también es una ciudad grande, el doble de Puebla, pero los turistas nos movemos en las mismas direcciones, así que bajamos del taxi y mientras caminábamos hacia el parque vi que Kala venía en la otra dirección por la vereda y como que me abrí un tanto hacia la calle y no sé si me vió, Uli me dijo que no las había visto, pero yo sí la ví, con su remera de los Ramones y su camisa rojinegra a cuadros, caminando al lado del gigante Karl y con cara de pocos amigos. seguimos hasta el bar en el que habíamos estado la noche anterior con ellas, bar rockero, yo a esa altura necesitaba encontrar al vendedor de chicles, por cierto, y nos quedamos en la puerta y al rato llegan las uruguayas y... sí claro que nos vimos, intentaron saludarme, yo con cara de boludo y Malena que quizás no entendía nada, claro, no sabía nada tampoco, así que aguanté un ratito más y me fui a buscar al vendedor de chicles sin avisar a nadie. mi plan maestro estaba resultando al pie de la letra, o sea, todo mal, todo el tiempo todo mal: es un síntoma bien claro: me encanta cagar todo. caminé hacia mi derecha, doblé otra vez a la derecha, había gente y música y murmullo por todos lados, sábado a la noche, me encuentro con el vendedor de chicles, le pregunto si tiene, me dice que sí, que cuánto, no me acuerdo, mirá, a ver, pruebo, aparecen sus compinches, me convidan Anqtioqueña y me quedo un rato ahí solo pero con mis chicles y estos muchachos que no conocía pero tenían Antioqueña. me despedí y seguí caminando en dirección contraria al bar, hacia el parque, y en un cuatrocaminos algo obscuro me cruzo con Malena que caminaba por ahí, sola también. bingo. nos sonreímos y seguimos caminando en dirección al parque, claro que después de los chicles la sensación de bienestar efímero me acompañaba y ya todo me importaba un cuerno, ya era Dios y todos los apóstoles  más un equipo de fútbol amateur sin director técnico; no recuerdo que hayamos entablado conversación alguna, sólo recuerdo que empezamos a besarnos y tambalearnos por todas las calles que tan amablemente nos sostenían, algo así, ahora que lo pienso, esas situaciones tienden a gustarme demasiado, algo así como pretender que el mundo no existe a mis espaldas pero en realidad es un acto de exhibicionismo crónico en el que uno es el protagonista de una película que transcurre en tiempo real y los espectadores no prestan ni un mínimo de atención, porque, sinceramente, ¿a quién carajo le importa? rebotamos un rato entre las calles y los postes de luz, paredes y cosas por estilo e imagino que yo necesitaba chicles así que probablemente sugerí que nos furéramos al hostel, y probablemente eso hicimos, no, eso hicimos, lo que no sé es si fue en taxi o caminando, pero comosea, necesitaba -¿necesitaba?- de los chicles.
me viene a la mente, no sé por qué, la imagen del Gran Bar, el viernes en la tarde cuando se largó la lluvia y descubrí ese bar encantador frente al metro que se extendía en lo alto y yo tomaba pilsens, era algo parecido a una confitería porteña, creo que por eso me gustó tanto, bueno, no sé por qué me viene esa imagen a la cabeza, antes de toda aquella locura que todavía no asomaba y se suponía que tenía que ser distinto, no, no distinto, igual a lo que había sido, pero otra vez vuelvo a lo mismo, a que lo mismo es lo que quería evitar al día siguiente, no sin habérmelo propuesto, claro está, pero la tarde había estado bien como estaba y sin necesidad de hacer lo que estaba haciendo el sábado en la noche. igual, hablar de necesidad suena algo exagerado, porque no era una necesidad, o tal vez sí, ahora sólo tengo el recuerdo hermoso de aquella noche en la que hice lo que quise, otra vez y como siempre, es como el cuento de la buena pipa, quizás, tal vez esté desvariando, algo que suele pasarme cuando intento hacer lo que hago, pero de todas formas, Medellín es una ciudad hermosa, primavera eterna con su plaza llena de Boteros  gordos, es algo increíble, de eso no hay duda, pobre Medellín, tener que soportar a toda esa horda de turistas desesperados por hacer un montón de estupideces, ¡todos al mismo tiempo!
llegamos al hostel y dimos vueltas por todas partes, en algún momento llegaron Uli y Javiera, le pasé los chicles a Uli, estábamos en las hamacas en algún momento, hablando sobre cuanto le molestaba a Malena la gente que hacía lo que terminamos haciendo. en cualquier caso, la peor parte fué al día siguiente, después de desayunar los cuatro en el jardín al costado de la pileta cuando llegaron Kala, Majo y Noelia, las vi al salir del baño y me sentí estúpido, desagradable, todas esas cosas  por las que huí de Buenos Aires, bueno, sentía todo eso otra vez y como un niño, niño, niño, siempre un niño caprichoso y confundido que nunca va a crecer, simplemente por el cínico hecho de que no lo quiere hacer, como buen caprichoso que es.
me pasé la tarde espiándolas a las dos, a la distancia y sin hablar con ninguna de ellas. en algún momento salgo a la vereda y me siento a ver la luz de la tarde que caía sobre los árboles y aparece Kala: ¿qué pasa?, me pregunta.
¿qué pasa...?

viernes, 5 de agosto de 2011

Varenka.

en realidad lo pensé en inglés, digo, en mi cabeza borracha mientras tomaba tequila con limón y sin hielo en una copa de champán, en mi madrugada libre, después de haber estado bebiendo cerveza en la Condesa con ella desde las 3 de la tarde, doce horas después estábamos en la terraza del hostal, ella afuera y yo adentro, sentado en un sillón, y mientras contemplaba la copa algo verde por la cáscara del limón me vino a la cabeza, pensé que al día siguiente no lo recordaría; en realidad pensaba que sonaba mucho mejor de lo que me suena en este momento: I'm drunk but I like you. tenía ganas de salir a encontrarla y decírselo pero estaba rodeada de amigos, hombres, y eso me daba hueva -ja, estas palabras mexicanas me encantan- y entonces pensé que sí que tenía que salir, tener algo de huevo aunque fuese por una vez, así que agarré mi copa, salí, fui y me senté a su lado -lo hice con la excusa de pedirle un cigarro, aunque sabía que no tenía porque nos habíamos fumado los míos juntos; igual me consiguió uno-, le ofrecí un trago pero ella se había pasado al agua y seguía hermosa, no como yo que ya estaba en ese estado en el que se te nota en los ojos. recuerdo la primera vez que la ví, también en la terraza del hostal, hace unas semanas -el día anterior a ir a Xochimilco por tercera vez-, creí que era australiana, no sé muy bien por qué, tal vez porque estaba con dos australianos, aunque no estoy seguro de haber sabido en ese instante que ellos eran australianos, digo, ahora sí lo sé, fuckin australians, pero no sé si lo sabía, bueno, entonces pensé que era australiana, pero por suerte es mexicana -nada personal-. claro que me llamó la atención, pero imaginé que de seguro estaba con alguno de esos dos pibes y yo estaba ocupado pensando en que toda mi ropa estaba sucia pero muy sucia y mis medias y pies olían a podrido y que tenía que hacer algo, así que me fuí a llevar ropa al lavadero y de paso me compré un par de medias en la calle. fue cuando volví al hostal que ella estaba entrando y recuerdo haberle dicho, oye, wait, y mantuvo la puerta abierta hasta que caminé los escasos pasos que me separaban de ella y al llegar me sonrió y entonces, al subir las escaleras sus piernas me saludaron de la manera más dulce que uno pueda imaginarse, hacía rato que no me pasaba, estaban encantadoras bajo esa falda. ella siguió hasta la terraza y yo me quedé en el primero: fui a mi cuarto a ponerme mis medias nuevas con zapatillas; pero en ese preciso instante me di cuenta de que me gustaba y tenía que conocerla, así que subí a la terraza a ver qué onda. ahh, como siempre otra vez esa idea de que esto -todo- es una pérdida de tiempo, pero visto desde esa lógica no pierdo nada en perder el tiempo, así que imagino que está bien y me doy el lujo de seguir haciéndolo, si en realidad tiene algún sentido lo que digo. subí la escalera y me senté en alguno de los sillones de la terraza, el que estuviera más cerca de ella quizás, quizás no, no lo recuerdo exactamente, pero sí recuerdo que en algún momento estaba sentada al lado mío. Varenka abre bien los ojos cuando te habla -diferente a como lo hacen Sara o David, algo orientales, a los cuales es muy  difícil verle los ojos-, y te mira y casi que uno lo puede ver todo, sin contar con que el sonido de su voz te envuelve. me contó que había estado en Argentina 3 meses hace dos años y que Buenos Aires le había encantado. no sé cómo fue, pero en algún momento me dí cuenta de que, en efecto, estaba con uno de los autralianos -fuckin australians, they are takin even the lesbians-, pero me miraba de tal manera que yo no podía evitar lo que estaba pasando y cada vez quería más y no podía entender cómo el australiano éste -fuckin australians, they are takin even the goats- no le daba ni un minuto de su atención, no le daba nada, así que poco me importaba. al rato de estar hablando empecé a sentir que no tenía sentido, que era imposible, hasta que alguien mencionó que al día siguiente íbamos a Xochimilco y ella parecía entusiasmada con la idea de ir, y de hecho dijeron que vendrían. empezó mi turno y se fueron todos a la pulquería de Insurgentes y me quedé en la barra de la terraza con esa sensación, ya saben, algo adolescente. fue una noche tranquila, más allá de los borrachos que venían llegando de la pulquería, eventuales vómitos, cosas por el estilo, yo bebí poco porque tenía que despertarme temprano y sin resaca. me despertó David como a la una, subí a la terraza, me convidó media torta de milanga, el sol brillaba, yo estaba sentado justo frente a la escalera, y entonces aparece Varenka con un vestido que le caía particularmente bien y sus piernas, bueno, me saludaron otra vez, obviamente ella sabe del poder de sus piernas, porque ellas siempre lo saben todo, ¿no? no pude evitar sentirme contento al verla, aunque no sé si contento es la palabra, tuve otra vez esa sensación adolescente, y estaba también algo sorprendido; como que nunca pensé que de verdad vendría(n) -fuckin australians, they want to take over México, I know it-.
la expedición a Xochimilco estuvo deliciosa, con incontables litros de Pulque, catorce litros de cerveza y dos horas de Trajineras por los canales que de alguna manera se parecen a las islas de Tigre. a la vuelta pasamos por la pulquería callejera y con David nos compramos una bolsa de litro cada uno para el viaje de vuelta y no nos dejaron entrar al tren ligero, obviamente, y perdimos a los demás: lo que sigue como que tengo nubarrones, recuerdo ir caminando con David por la calle paralelo al tren y de repente estamos en Pino Suarez, donde cambiamos a la línea uno para llegar a Roma y cuando entramos al andén ahí estaba Varenka -con el australiano, fuckin australians, I think they want to control the world-. como sea, apenas si podía hablar... la noche siguiente, sábado, pasaron un rato por el hostal a buscar a Jack -can you believe how many fuckin australians are in Mexico?-, y nos pasó su Facebook a Sara y a mí -victoria- para que podamos ver las fotos que había sacado en Xochimilco, sí, Varenka saca fotos. y creo que esa noche me enteré de que su australiano -unbelievable australians, god damn it- se iba a Perú; nada mal, pensé.
a los pocos días de ese sábado a la noche -martes quizás- Varenka subió las fotos de Xochimilco a Facebook y etiquetó una con mi nombre -la que ahora tengo como foto de perfil-, una foto genial, una foto que me encantó, y al día siguiente pasó su "chico" por el hostal a despedirse de Jack y yo pensé que tenía que hacer algo, aunque no sabía muy bien qué. la madrugada del viernes de la semana pasada le mandé este mensaje por Facebook: oye, sé que no corresponde, pero ¿podríamos vernos? la respuesta llegó el sábado -el viernes pensé que había sido un error escribirle y todas esas cosas-: si seguro, hasta cuándo te quedas por acá? otra vez esa sensación, -victoria otra vez-, y entre mensajes de ida vuelta, que el fin de semana, que falta mucho, que el jueves me dice ella, que a última hora del martes me dice mejor el miércoles porque el jueves no podía y que el miércoles y sí, claro, genial. la noche del martes fué larga y no bebí porque me tenía que levantar temprano porque a la una y media pasaría ella a buscarme -¿no es genial que te pase a buscar una chica?- para ir al centro a "tomar" unas fotos, y soñé todo el tiempo con la hora, le había dicho al gran David que me despertara tipo 12 y mientras soñaba que eran las once y treinta y nueve escucho unos golpes en la puerta y aparece David y me dice: hey, it's eleven forty nine; thank you, man, de nada, suerte, mucha suerte.
tuve sensaciones de lo más extrañas mientras la esperaba en la terraza hasta que sonó el timbre y justo atendí yo aunque no era mi turno, y fui a buscar una "sudadera" -siempre llueve, aunque en ese momento no- y bajé y ahí estaba ella, Varenka: me gusta su nombre. sus piernas no me saludaron -vestía pantalones largos, negros, y una musculosa azul con sandalias- pero sus ojos... tiendo a encontrarme con ellas en estado de ebriedad, pero a Varenka era la cuarta vez que la encontraba sobrio y se sentía genial. el saludo fue distante pero afectuoso; en seguida me dijo que no había buena luz para las fotos y que podíamos ir a tomar algo por el barrio: sí, claro, vamos donde quieras. Varenka habla y yo babeo... Varenka se mueve y yo muero... hay algo en la manera de sus labios que me produce una cierta sensación parecida a la fascinación. ya, me caigo del sueño y me afecta un tanto pesar en ella...