miércoles, 30 de mayo de 2012

el llamado.

-hola Tigre, ¿me puedo dar una vuelta?
-sí. en treinta en Teodoro y Martínez.

es de mañana, temprano -o no tanto, quién sabe-, el sol hace rato que salió a hacer su trabajo y él lleva rato sin dormir. le echa un ojo al plato que tiene en la mesa de luz al lado de la cama desde vaya uno a saber cuándo. está vacío; ya le pasó la lengua hasta chuparse probablemente todo: el tabaco, la bebida y cualquier otra cosa que allí haya caído. lo único que queda en el plato es una vieja entrada -enrollada- de algún recital de la época en la que todavía iba a recitales -de la época en la que todavía hacía cosas-. entonces toma un trago de whisky, apaga la música, agarra los cigarros, algo de dinero y las llaves. echa un ojo a su casa y le cuesta creer que es él quien vive ahí. se pregunta de manera algo acelerada cuándo -cómo- fue que su vida se convirtió en eso. sale.

cierra la puerta y empieza a caminar de manera mecánica, ya sabe donde va y porqué. no es algo que de verdad quiera hacer, de hecho le encantaría no hacerlo, pero es una necesidad, no puede evitarlo. lo pensó un rato echado en su cama cuando el fin estaba cerca, y le dio vueltas en su cabeza  e intentó convencerse de que no era necesario, de que ya estaba bien -o en todo caso no bien, pero que ya estaba-, pero no hubo caso, no lo logró. así que el llamado resultó ser la única opción. 

mientras camina empieza a enumerar las calles en su cabeza. es como un ritual, una rutina que siempre hace en su camino a la parada del colectivo: Guatemala, Soler, Nicaragua, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Gorriti, Cabrera, Niceto y Córdoba. diez cuadras más la plaza. la caminata se le hace eterna, aunque eterna le parece poco, porque no es sólo la caminata, también es el bondi, esperar al Tigre, el bondi otra vez y la caminata otra vez, algo así como una hora en total. pero sigue caminando, claro está, no hay razón para no hacerlo. 
al pasar por la plaza ve a las gentes disfrutar del sol y de los cafés que están a su alrededor y le cuesta entenderlo: le cuesta entender por qué a las gentes se les da por disfrutar de esa hermosa mañana. ¿y por qué no están trabajando?, se pregunta, qué hacen todos estos parásitos acá. para él, es más que claro que deben de tener algún problema; más que claro es evidente. pero bueno, piensa, allá ellos, si les gusta, a mí qué me importa. 

ahora camina por Armenia, cruza Costa Rica, y al llegar a la esquina se detiene a mirar en uno de los locales de ropa donde alguna vez encaró a una mina cuando volvía del mismo lugar pero en algún momento de la tarde noche. no la ve; ni siquiera sabe por qué la busca porque tampoco haría nada, pero tal vez lo haga como buscando algo de familiaridad en ese momento en el que todo parece estar completamente fuera de lugar ¿de lugar? de lugar, de tiempo, de espacio, todo está fuera de todo, nada tiene sentido salvo el llamado, que es lo único que de verdad importa. pero en ese preciso instante recuerda algo, algo confuso entre tanta confusión, recuerda a alguien, alguien que le recuerda algo que a su vez le recuerda una sensación algo por demás adormecida y olvidada... mejor no, se dice, mejor pensar en otra cosa, y entonces sigue enumerando las calles en su cabeza: El Salvador, etc...

ya falta menos, se dice, se miente, y además, ya falta menos para qué, para llegar a la parada del colectivo, para verlo al Tigre, para volver a su casa, si, puede ser, y después qué, se pregunta, qué, bueno, después a seguir, seguir, seguir como sea que siga todo, piensa. piensa mientras pasa por la puerta de un colegio lleno de niños que salen en busca de sus madres y ve a las madres y se dice que a varias de ellas se las llevaría a la cama en ese preciso instante, o si no es a la cama, bueno, encerraría a una de ellas en un auto y le daría con ganas y así se olvidaría del llamado aunque fuese por un rato. es algo que siempre le pasa cuando está en ese estado: explota de la calentura y las mujeres no son más que carne de placer. no es que ese pensamiento le guste, pero es una sensación que viene atada a la otra estúpida sensación, es un combo inseparable. 

llega a Córdoba. dobla a la derecha y camina media cuadra. listo, se dice, el 140 o el 151; y es el 140 el primero en llegar. sube, pide un boleto y se da cuenta que hacía rato largo que no pronunciaba palabra y su voz le suena por demás extraña. 
busca un lugar entre la gente y medio que logra ubicarse parado al fondo, cerca de la puerta de salida. el peor camino a la cueva del perico. las gentes del colectivo son bastante distintas a las gentes que estaban en la plaza: no parecen estar disfrutando de nada; sus caras son largas, monótonas, cansadas. pero eso ya lo sabe, siempre es así, se dice, en un rincón están ellos, en el otro rincón están aquellos y en el otro rincón no hay nada. ¿cuánto falta para cruzar la vía? se da cuenta que hace calor, mucho calor, suda, suda, suda, le sudan la espalda, las manos, la cabeza, las ideas se le derriten sin ganas y la barrera del tren está baja. el bondi llegó al toque pero la barrera está baja, se dice. esperar, de eso se trata la vida, piensa, esperar a que llegue la muerte ¿no?, acaso no es así. 

mira por la ventana: Buenos Aires se le antoja ajena, lejana y olvidada. en algún momento amó esa ciudad que ahora lo maltrata y lo tiene olvidado. aunque echarle la culpa a Buenos Aires sea probablemente la opción más fácil. ¿cuánto falta? se pregunta mientras el bondi dobla a la derecha en Newbery. poco, ya falta poco, se dice, y agarra el celular y le manda un mensaje de texto al Tigre: ya estoy. llega hasta Lacroze y se baja. caminar siempre le gustó más que moverse en transporte público, pero a veces no es tan fácil. recordó que en alguna época tenía una bicicleta. tanta guita gastada al pedo y nunca una bicicleta.  

enciende un cigarrillo y camina en dirección a Martínez por Lacroze. Colegiales, el barrio de su más tierna infancia, le resulta algo irónico, sin saber muy bien por qué, pero así le resulta. es el barrio de la ciudad que más le gusta, aunque ahora el sentimiento es por demás contradictorio. dobla a la izquierda en Martínez y camina una cuadra hasta Teodoro. mira el teléfono y se fija cuánto tiempo pasó desde que le mandó el texto al Tigre. ya tiene que estar por llegar, piensa. se para en esa esquina maldita y mira las palomas que descansan en el edificio abandonado. odia a las palomas, las odia de verdad, son horribles y las mataría a todas en todo el mundo. entonces lo ve venir, con su caminar desgarbado y feliz de atolondrado. siente cierta calma, la primera desde que dejó su casa. hola, hola, ¿ah, qué hacés?, bien ¿vos?, todo bien, cuántas, dos, che, qué calor, sí, mucho calor, bueno chau viejo, chau, que vaya bien. sí, que vaya bien, cualquiera sea su significado. 

se acerca a un árbol y hace lo suyo: una, dos, tres, ahhh, ya, ahora volver. y vuelve, mirando por la ventana del bondi, contando las calles, y llega a su casa. busca el plato, la entrada y todo empieza de nuevo. pone música, toma un trago de whisky y ahora, ¿y ahora qué?


jueves, 29 de marzo de 2012

idiota la razón de perder el tiempo bebiendo.

la razón del desconcierto era previa a la razón misma. la razón, con o sin razón, también era anterior a todo lo demás. todo lo demás era parte de algo que escapaba a mi memoria y, por cierto, a mis posibilidades. pero anterior a todo eso estaba el tiempo, quizás también anterior a la razón. teniendo en cuenta estos detalles, estaba yo en la ciudad de México, y me encontré pensando en el tiempo que podía aguantar sin beber, por ejemplo; el tiempo que podía aguantar bebiendo. la razón -o las- por la que bebía. el tiempo que podía aguantar entre un trago y otro -si es que acaso existe ese tiempo-. el tiempo que me llevaba pensar -toda una tarde a veces- si es que acaso podría aguantar toda la noche sin beber. el tiempo que pospongo el primer trago  hasta que se hace insoportable. tan insoportable como saber que después del primer trago ya está, y entonces pensar en todo ese tiempo que voy a desperdiciar bebiendo. la razón de desperdiciar todo ese tiempo bebiendo, ¿tiene alguna razón de ser? mi estupidez es infinita y el disparate no tiene límites. no sé de dónde viene eso; o en todo caso sí lo sé, pero no viene al caso. en cualquier caso, la razón y el tiempo escapan por completo a mis límites de comprensión; onda: debería dedicarme a aquello que entiendo. pero como no entiendo nada, tampoco importa. era como pensar en porqué perder el tiempo en esto que estaba haciendo. la razón de perder el tiempo era comparable al momento en que levanto la botella de cerveza para echar un trago y me doy cuenta que la botella está vacía; sí, otra vez. entonces viene ese momento que me tardo en agarrar otra, acción casi inconsciente diría. si es inconsciente ¿entonces carece de razón y de tiempo? carece de sentimiento, de sentido y sensibilidad. es por demás atolondrada y sin fundamento. es una nece(si)dad idiota. idiota es la razón de perder el tiempo bebiendo; pero tengo esa estúpida sensación que me sugiere que no hay mejor razón para perder el tiempo que no sea bebiendo. así de estupidiota. la razón, digo. o el tiempo. quién sabe.

sábado, 25 de febrero de 2012

no soy un extraño.

acabo de llegar. no paro de pensar, de beber y de existir. porque según tengo entendido la existencia es algo importante, ¿no?, digo, al menos la existencia de uno porque si yo dejara de existir imagino que estaría muerto, pero no, no estoy muerto. en todo caso estoy ebrio, pero ya, eso tampoco importa, en todo caso nada de lo que diga importa, pero tenía una necesidad angustiosa de escribir esto porque no sé, no lo soporto, no lo entiendo y me impide emborracharme -quizás sea esa la razón más importante-. tenía que ver con ESO que pasó en la semana, el episodio del tren, esa tragedia Argentina tan Argentina en sus formas y en sus estúpidas consecuencias. entonces no podía parar de pensar en eso y me puse a escuchar a Charly, "Piano Bar", "Clics Modernos" y "Yendo de la cama al living", de manera inconsciente, pero enseguida -no tan enseguida- me dí cuenta que eran sus tres primeros discos solistas escuchados en orden descendiente, cosa que no viene al caso, pero me preguntaba por qué, y la verdad es que son los tres discos que más me gustan, al menos de la música de nuestra Argentina, y me pregunté si acaso recordaría esas melodías desde mi más niña infancia en las calles de Colegiales o en todo caso me hacían acordar a las calles de ese mismo barrio pero treinta años más tarde mientras caminaba sus desoladas calles esperando al Puma. "ahh, ¿qué hacés?"; mentiría si dijera que no extraño esas épocas. y me vienen a la cabeza tantas, pero tantas escenas porteñas malditas y encantadoras, y no soy un extraño, conozco esa ciudad, no es como en los diarios desde acá.  no le debo nada a Entel; me cuido la nariz. y me gusta Cristina. y tiene más que ver con una cosa maternal que con cualquier otra cosa. hoy bebí todo el día, lento pero seguro, y pura cerveza, porque lo que de verdad hace mal es el mezcal o cualquier bebida parecida -aunque no existen bebidas parecidas-. entonces escucho a lo lejos el rumor del Río de la Plata y siento que no puedo disfrutar de Charly de la misma manera porque vivo en México, y eso me come el coco y me impacienta. porque en Buenos Aires puedo hacer lo que quiera, y como siempre, siempre termino haciendo estupideces -aunque ya he empezado a hacer estupideces en México-. esa tarde que fuimos a beber con Federico al Antares de Cañitas, por ejemplo, se supone que iba a ser eso y ya; pero no, para mí en Buenos Aires nunca es ya, porque la conozco, porque me deja hacer lo que quiera o por lo que puta fuere. me dije, ¿por qué no vamos al viejo barrio de Palermo a ver qué onda? y eso hice. escucho un tango y un rock y presiento que soy yo, y camino por Pacífico, mi lugar en el mundo, Santa Fe y Juan B. Justo, amo ese lugar como pocas cosas en este ridículo mundo. y entonces estoy solo en la noche porteña como hacía tiempo no me pasaba: y lo sé, lo presiento: voy a hacer cualquier cosa, porque ella me deja. y hace catorce horas que estoy de turno en el hostal y Dindi llega mañana y nunca me sentí tan desconcertado. pero esa noche de jueves en Palermo me dije: caminemos a la plaza Palermo Viejo -si, esa que todos llaman plaza Armenia-, y veamos qué onda. onda, conozco ese lugar. me voy al chino de Costa Rica y compro cerveza; me siento en la plaza y veo qué onda. la onda es que está llena de gringos y no me gusta -cosa que no entendí, porque en México vivo rodeado de gringos (entiéndase por gringos extranjeros)-. las chicas tienen un lugar donde viven esas cosas que asombran. los chicos tienen un lugar donde ir a conversar. entonces veo unas gentes con una remera que decía, en inglés pero con el logo de Quilmes, algo así como: ¿podés beber mientras trabajás? oh sí, pensé, es lo que estoy haciendo en este momento, idiota. me di cuenta que era un pub crowl, cosa que hice en San Francisco, que es que te llevan de bares con un guía -que eran los que tenían la remera de la pregunta- o algo así. igual pregunté cómo era la onda: $100 pesos y bla, bla, bla, y al final al Club Aráoz. no gracias, conozco ese lugar, no es como en los diarios. volví al chino, estaba cerrado, quería más cerveza pero barata, no de bares, y voy a buscar a los pibes que estaban tomando en la plaza -que según me enteraría más tarde eran de Gleu-. ¿che, dónde puedo comprar birra? allá, del otro lado de la plaza -estábamos en Costa Rica, frente a la parrila a la que habíamos ido a comer días antes con María, primo Diego y su chica-. ¿cuánto cuesta? diez la de litro, vení que te acompaño. vamos. compro una, pero me doy cuenta que es poco, así que pido dos, pago con veinte y me quedan cien. las pasamos a botellas de plástico y nos volvemos a Costa Rica. nos ponemos a beber, ellos me convidan un trago que sabe a Gancia, piden hielo en la parrilla de enfrente y como era de esperar, llega la pregunta, que no recuerdo exactamente cómo fué, así como tampoco recuerdo si fué una pregunta. coca, eso -no cola-. que cuánto cuesta, que si es buena, que no sé, que la dejé -y es cierto-... bebamos en paz. la paz no existe, así que sí, solo tengo cien pesos, que los chicos van a buscarla y todo eso. en ese momento vuelvo a pensarlo: en esta puta ciudad puedo hacer lo que quiera, y eso me encanta y me destruye. van a hablar con el cuidacoches, no hay buena onda -y claro, yo soy un extraño-, pero el pibe de los astilleros que vestía la remera de Argentina y que me llevó a comprar cerveza al principio, Alberto, no sé por qué pero como que tiene buena onda conmigo, me dice que sí, que va a salir. comosea, les doy los cien pesos y lo que sea. ¿qué tendrá que ver todo esto con los trenes que chocan? el pibe de los astilleros nunca se rendía. el que se fue volvió con dos bolsitas, sí, a mí me sudaban las manos, dame una, la abro, meto dedo índice en la bolsa y después bien adentro de mis narices. ¿y acaso creen que a alguien le importaba?, no, a nadie, ni a nosotros, ni a ellos, ni a nadie. sentados en el parapeto de la plaza tomando merca, en pleno Palermo histérico, qué carajo, a nadie le importa un carajo. siento el amargor ese que cae por la garganta y meto el dedo unas cuantas veces más y escucho el beat de un tambor entre la desolación y me prendo un cigarro. ya no me queda guita y queda poco trago y quedan pocos cigarros. comosea, logro que una de las bolsas se quede cerca y la otra desaparece, y está todo bien. el lujo es vulgaridad. pero el trago se acaba, la cerveza y la copa loca, y me voy a pedirle guita a las gentes que están en la plaza y en los bares. y si Buenos Aires me deja hacer lo que quiera, bueno, no es mi culpa. voy una, saco diez, y voy a comprar cerveza. voy una segunda, saco diez, y voy a comprar cerveza. voy una tercera, saco diez y vuelvo a comprar cerveza -las dos primeras sacando de a uno y dos pesos; la tercera conseguí un diez de una (creo que fue porque al flaco del bar al que le pedí se dio cuenta que su chica y yo teníamos onda)-.  se acaba la cerveza, se acaban los cigarros, yo solo tenía un peso veinte que guardaba como tesoro para volver a casa de María, mi hermana. jodiste a todo Cristo y más. nos ponemos a hablar con Alberto. apenas si tiene veinte años y ya tiene un hijo. que lavan autos en la plaza, gira que te gira por las noches, siento el recelo de todos los demás, pero hablamos, y hablamos sincero: que no lo dejan entrar a Gleu porque se mando algún moco con otra chica que no era la madre de su hijo. y ahí estamos los dos, solos, cada uno en su soledad pero nos hacemos compañía, sí, una compañía que no dura, pero en ese momento es todo lo que tenemos. le digo, con pena pero sin gloria, que lo que estamos haciendo es efímero, y cosas por el estilo; él no va a cambiar su manera de vida y yo tampoco, a quién queremos engañar. mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver. atado con doble cordel. a esa altura ya nadie me quiere convidar siquiera cigarros. nos tiramos en el parapeto que bordea la fuente que no tiene agua, él, su hermano y yo. me recuesto, ya nada más importa, y entro en un sueño feroz. en algún momento giro hacia mi derecha y siento el golpe: sí claro, aterricé en el piso. tobillo y codo -todavía lo siento en el codo-. abro los ojos, la plaza está vacía y los bares están cerrados pero todavía es de noche. ¿todo bien? me pregunta Alberto. sí, todo bien; ellos dos empiezan a irse -quien sabe dónde-.  y yo también, pero solo; tengo mi peso con veinte. empiezo a caminar hacia Scalabrini para tomar el 110. pienso en llamar a Juliana, que vive en mi casa y está a tres cuadras pero no; decido que no. a mitad de camino hacia la parada meto la mano en el bolsillo trasero del pantalón y no hay nada. vuelvo al parapeto y ahí están las monedas. lo que sigue apenas si lo recuerdo, pero llegué a la calle Galicia. acabo de llegar; no soy un extraño.

miércoles, 18 de enero de 2012

rock & roll, nena.

bueno, el rock &  roll siempre fue como una cosa menor; para otros; ese no es mi caso. pensé que si estaba acá y borracho y escuchando rock & roll podía decir lo que se me antojara la puta gana y ya: eso es lo que voy a hacer. total, después de todo y antes que nada, ¿a quién carajo le importa?
entonces en eso estaba, escuchando esa música bastarda y hermosa que para mí, de a ratos, hace que todo tenga sentido; y en eso estaba, rock, rock, rock, nena, ja, me late, lo escucho, me gusta y no importa, de verdad no importa, porque si se trata de cosas que importan, bueno, me importan ella y el rock & roll. a veces la cerveza, el mezcal, el ron, el whiskey, qué se yo, qué más da. si todo tiene que ver con nada y nada tiene que ver con todo.
pero en eso estaba, digo, escuchando el rock, cuando se me ocurrió que si estaba al pedo, entonces podía escribir algo, algo, algo, lo que sea, lo que venga, lo que se me ocurra, pero eso ya lo dije, y entonces pensé que nunca, nunca, nunca, tenía una idea nueva, que todo ya está tan repetido que agobia: a mí, a vos y a todos los demás; no mames; en serio.
en serio te lo digo: rebuscado en mi mente, nunca existió nada, absolutamente nada, que no tuviera rock. y ya, ya estoy borracho de por vida, y no me importa, porque bebo ron colombiano y cerveza argentina, y porque todo lo demás está sobrevalorado y poco me importa.
estaba en eso cuando de repente se me ocurrió pensar en aquello: yo, no importa quién, de verdad no importa, sólo importa que para ese momento estaban todos tan llenos de nada que me sentí inagotablemente yo, ja, qué estupidez, pero era eso, y me encantaba todo porque no tenía sentido, y escuchaba lo que tenía ganas y eso estaba más que bien. y una y otra vez, y como siempre, la música era el sonido más rock que pudiera imaginarme y allá, allá todos, todos los que quieran escuchar, siempre. y la cerveza y el ron hacían lo suyo y yo estaba en ese estado que imagino que todos sentimos alguna vez: esa extraña contradicción divina y hermosa que sugiere cierto bienestar y la mentira más grande del mundo; pero hey, en serio: ¿a quién no le gusta? si de rock se trata: es bien chido, bien, bien chido.
pero claro, si quisiera ser serio, imagino que tendría que hablar de otras cosas; de las cuales no tengo ni la menor idea, por decirlo de algún modo. pero hey, siempre me gustó lo popular: eso que nos pasa a todos: jajaja, popular, ¿qué carajo significa eso? ya está, ya todo perdió sentido en mi cabeza: una vez más y como tantas otras.

miércoles, 4 de enero de 2012

martes.

estaba ciego tan ciego
mirando las nubes
de ese triste cielo
-apagado y sincero-
cuando en la esquina
de la otra cuadra
ladraba la luna
y reían las ranas.

le dolían los lunes
le dolían las ganas
le dolía el deseo
aunque siempre ganaba.

olvidó olvidarse
toda una semana
y decidió decidirse
a no hacer nada.
y así fue que
hizo todo aquello
que jamás había hecho
y que tanto deseaba:
no hizo nada,
absolutamente nada,
porque nunca jamás
olvidó su mirada.

y otra vez, como ayer,
empezó la semana,
y le dolía el lunes
y le dolían las ganas.

jueves, 15 de septiembre de 2011

¿Mezcal?

entonces estaba de vuelta en San Francisco, exactamente tres semanas después de haber llegado por primera vez, sólo unas horas más tarde, cuando el sol ya brillaba y la niebla se había ido vaya uno a saber dónde. no tenía muchas ganas de volver a San Francisco, o sí, es una especie de relación desagradable e irresponsable, aunque en realidad no tuviera ni la menor idea de lo que quería escribir y si en todo caso quería escribir sobre algo, porque si de escribir se trata, en todo caso tenía más que ver con la idea de que no tenía ganas de caminar, ni de beber, ni ninguna de esas cosas -estuve considerando seriamente dejar la bebida, pero me di cuenta de lo siguiente: no bebo, no duermo: el otro día me fui a a dormir sobrio y estaba despierto todo el tiempo, o soñaba que estaba despierto, entonces me preguntaba, ¿estás despierto o dormido? y me decía: abrí un ojo, y lo abría, y entonces pensaba que sí, que estaba despierto pero eventualmente me quedaba dormido al tiempo que creía estar despierto, y así toda la noche, y cuando amanecía sentía que no había dormido nada, estaba más cansado que cuando me había ido a intentar dormir y mi cabeza estaba relajada pero podía sentir la tensión entre el costado izquierdo y el costado derecho de mi cerebro-.
pero estaba en San Francisco, otra vez, y otra vez era lo mismo, pero distinto, como que no me importaba porque ya la conocía -bueno, conocía es un poco mucho, ya nos habíamos visto, en todo caso-, y me bajé del Greyhound y la vi, no nos saludamos, fue en todo caso una de esas miradas del estilo de: ah, si, vos otra vez; una cosa así, y recordé que me había comprado Satori en París en la City Lights Bookstore para pasar mi última noche en el crappy hotel  antes de irme a Palo Alto a visitar a Boyd, porque esa noche no podía beber porque debía despertarme temprano y fue ahi que desucbrí lo difícil que era dormir sobrio, pero estaba hablando de Kerouac, que se la pasa bebiendo en su estadía francesa y la historia me daba una sed terrible, pero no hice más que leer la nouvelle y pensaba que hay gente que dice que leer a Kerouac es dificil, cuando yo terminé el libro en inglés en unas horas y me resultó mas fácil que leer a Lowry en castellano.
caminé hasta Market -todavía no sabía muy bien donde iba a quedarme pero en cualquier caso tenía que caminar en esa dirección-, llena de plátanos jóvenes cuyas hojas empiezan a amarronarse y anticipan la llegada del otoño, mientras intentaba recordar cuándo fue la primera vez que tomé mezcal: acaso fue en San Cristóbal, con Luz, en la mezcalería, o acaso fue en Tigre, cuando era un niño y siempre miraba con recelo esa botella de etiqueta amarilla en cuyo fondo habitaba el gusano -que yo pensaba que estaba vivo y más que un gusano era una especie de vívora anfibia y borracha-; el mezcal no fue un amor a primera vista, yo diría que el amor llegó en el DF (anoche, cuando me senté en el Greyhound, del lado izquierdo y más cerca del baño que del conductor, me vino la imagen del bus que tomé de Oaxaca al DF, porque la ubicación era muy parecida, y me di cuenta de los pocos buses que había tomado desde entonces y me sorprendí recordando lo siguiene: la excitación que sentía al entrar en el DF, esa madrugada, la cantidad de autos, las luces, un subte que caminaba por la superficie, la altura de las autopistas, cosas por el estilo; y también recordé la poca excitación que me generaba llegar a San Francisco: es parecido a lo que siento con el mezcal y con el bourbon: el bourbon ya lo conozco, hace años, y lo conoce todo el mundo y ya no me causa esa sorpresa que si me causa el mezcal, elixir desconocido e infinito). si, yo diría que el amor llegó en el DF, aunque tampoco quizá sea o haya sido amor, quizá sea solo como el buen sexo; quizá sea solo eso. comosea, anoche podría haber tomado mi vuelo de vuelta de Los Angeles a México, pero en vez me tomé un Greyhound de Santa Bárbara a San Francisco -México estaba tan cerca, solo tenía que tomar el Greyhound en dirección contraria, unas dos horas tal vez, tomar el subte a LAX, y en la mañana temprano hubiera estado en el DF...
crucé Mission y caminé por Market hasta Bush, pensando que iba a ir al hostel de Taylor y Bush, pero cuando llegué a Kearny me arrepenti y doblé a la derecha en dirección a North Beach, el viejo barrio de los beats, los chinos y las bailarinas a go-go. no había mezcal por ningún lado, obviamente, no había más que lo que recordaba que había, y pensé que en ese preciso instante podría haber estado caminando por Insurgentes, doblando a la derecha en la calle Colima, o incluso antes, en Durango, caminar dos cuadras y llegar a la Cibeles, donde atraviesa Oaxaca, y la calle del Oro y Medellín y todo, todo, todo eso... pero estaba en la desalmada calle Kearny... entonces recordé que en mis días en Santa Bárbara había logrado descular porqué los mexicanos se vienen a los States -el martes estábamos con Tomás bebiendo unas margaritas en un bar mexicano en Santa Bárbara, y había dos mexicanos, primos, que hablaban en inglés entre ellos-: por el dinero, y en seguida entendí que yo estaba haciendo lo mismo que hacen los mexicanos, venir a los States por el dinero, y eso me dio más tristeza aun, si acaso eso hubiese sido posible en ese instante.
eso: el mezcal; ese que tanto disfruta Lowry bajo el volcán.

martes, 16 de agosto de 2011

esa mesa.

vi una foto y casi sin proponérmelo la recordé;
recordé esa mesa que me era tan familiar
y que ahora me resultaba tan pero tan ajena -lejana-
que me costó creer que en algún momento
yo comía y bebía de ella;
me resultó insoportable el recuerdo
algo absurdo y por demás descarado
mientras miraba esa película que
al mismo tiempo, pero distinto
me recordaba aquella otra mesa
que, no por eso, menos insoportable;
en el recuerdo la mesa era de madera
tallada
como en la vida la madera es árbol
llena de hojas;
inmóvil, como cualquier otra mesa:
la vida sin vida de la madera;

algo alborotado, el recuerdo
se borró en el instante preciso en que mi cabeza
pecaba de nostalgia precaria
y entonces
apenas pude  percibir la malicia
que penetra
pereza
y perdura;

el fin de la amargura
como alguna vez escuché en una calle
algo obscura -por cierto-
pero no por eso menos  acertada.