miércoles, 30 de mayo de 2012

el llamado.

-hola Tigre, ¿me puedo dar una vuelta?
-sí. en treinta en Teodoro y Martínez.

es de mañana, temprano -o no tanto, quién sabe-, el sol hace rato que salió a hacer su trabajo y él lleva rato sin dormir. le echa un ojo al plato que tiene en la mesa de luz al lado de la cama desde vaya uno a saber cuándo. está vacío; ya le pasó la lengua hasta chuparse probablemente todo: el tabaco, la bebida y cualquier otra cosa que allí haya caído. lo único que queda en el plato es una vieja entrada -enrollada- de algún recital de la época en la que todavía iba a recitales -de la época en la que todavía hacía cosas-. entonces toma un trago de whisky, apaga la música, agarra los cigarros, algo de dinero y las llaves. echa un ojo a su casa y le cuesta creer que es él quien vive ahí. se pregunta de manera algo acelerada cuándo -cómo- fue que su vida se convirtió en eso. sale.

cierra la puerta y empieza a caminar de manera mecánica, ya sabe donde va y porqué. no es algo que de verdad quiera hacer, de hecho le encantaría no hacerlo, pero es una necesidad, no puede evitarlo. lo pensó un rato echado en su cama cuando el fin estaba cerca, y le dio vueltas en su cabeza  e intentó convencerse de que no era necesario, de que ya estaba bien -o en todo caso no bien, pero que ya estaba-, pero no hubo caso, no lo logró. así que el llamado resultó ser la única opción. 

mientras camina empieza a enumerar las calles en su cabeza. es como un ritual, una rutina que siempre hace en su camino a la parada del colectivo: Guatemala, Soler, Nicaragua, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Gorriti, Cabrera, Niceto y Córdoba. diez cuadras más la plaza. la caminata se le hace eterna, aunque eterna le parece poco, porque no es sólo la caminata, también es el bondi, esperar al Tigre, el bondi otra vez y la caminata otra vez, algo así como una hora en total. pero sigue caminando, claro está, no hay razón para no hacerlo. 
al pasar por la plaza ve a las gentes disfrutar del sol y de los cafés que están a su alrededor y le cuesta entenderlo: le cuesta entender por qué a las gentes se les da por disfrutar de esa hermosa mañana. ¿y por qué no están trabajando?, se pregunta, qué hacen todos estos parásitos acá. para él, es más que claro que deben de tener algún problema; más que claro es evidente. pero bueno, piensa, allá ellos, si les gusta, a mí qué me importa. 

ahora camina por Armenia, cruza Costa Rica, y al llegar a la esquina se detiene a mirar en uno de los locales de ropa donde alguna vez encaró a una mina cuando volvía del mismo lugar pero en algún momento de la tarde noche. no la ve; ni siquiera sabe por qué la busca porque tampoco haría nada, pero tal vez lo haga como buscando algo de familiaridad en ese momento en el que todo parece estar completamente fuera de lugar ¿de lugar? de lugar, de tiempo, de espacio, todo está fuera de todo, nada tiene sentido salvo el llamado, que es lo único que de verdad importa. pero en ese preciso instante recuerda algo, algo confuso entre tanta confusión, recuerda a alguien, alguien que le recuerda algo que a su vez le recuerda una sensación algo por demás adormecida y olvidada... mejor no, se dice, mejor pensar en otra cosa, y entonces sigue enumerando las calles en su cabeza: El Salvador, etc...

ya falta menos, se dice, se miente, y además, ya falta menos para qué, para llegar a la parada del colectivo, para verlo al Tigre, para volver a su casa, si, puede ser, y después qué, se pregunta, qué, bueno, después a seguir, seguir, seguir como sea que siga todo, piensa. piensa mientras pasa por la puerta de un colegio lleno de niños que salen en busca de sus madres y ve a las madres y se dice que a varias de ellas se las llevaría a la cama en ese preciso instante, o si no es a la cama, bueno, encerraría a una de ellas en un auto y le daría con ganas y así se olvidaría del llamado aunque fuese por un rato. es algo que siempre le pasa cuando está en ese estado: explota de la calentura y las mujeres no son más que carne de placer. no es que ese pensamiento le guste, pero es una sensación que viene atada a la otra estúpida sensación, es un combo inseparable. 

llega a Córdoba. dobla a la derecha y camina media cuadra. listo, se dice, el 140 o el 151; y es el 140 el primero en llegar. sube, pide un boleto y se da cuenta que hacía rato largo que no pronunciaba palabra y su voz le suena por demás extraña. 
busca un lugar entre la gente y medio que logra ubicarse parado al fondo, cerca de la puerta de salida. el peor camino a la cueva del perico. las gentes del colectivo son bastante distintas a las gentes que estaban en la plaza: no parecen estar disfrutando de nada; sus caras son largas, monótonas, cansadas. pero eso ya lo sabe, siempre es así, se dice, en un rincón están ellos, en el otro rincón están aquellos y en el otro rincón no hay nada. ¿cuánto falta para cruzar la vía? se da cuenta que hace calor, mucho calor, suda, suda, suda, le sudan la espalda, las manos, la cabeza, las ideas se le derriten sin ganas y la barrera del tren está baja. el bondi llegó al toque pero la barrera está baja, se dice. esperar, de eso se trata la vida, piensa, esperar a que llegue la muerte ¿no?, acaso no es así. 

mira por la ventana: Buenos Aires se le antoja ajena, lejana y olvidada. en algún momento amó esa ciudad que ahora lo maltrata y lo tiene olvidado. aunque echarle la culpa a Buenos Aires sea probablemente la opción más fácil. ¿cuánto falta? se pregunta mientras el bondi dobla a la derecha en Newbery. poco, ya falta poco, se dice, y agarra el celular y le manda un mensaje de texto al Tigre: ya estoy. llega hasta Lacroze y se baja. caminar siempre le gustó más que moverse en transporte público, pero a veces no es tan fácil. recordó que en alguna época tenía una bicicleta. tanta guita gastada al pedo y nunca una bicicleta.  

enciende un cigarrillo y camina en dirección a Martínez por Lacroze. Colegiales, el barrio de su más tierna infancia, le resulta algo irónico, sin saber muy bien por qué, pero así le resulta. es el barrio de la ciudad que más le gusta, aunque ahora el sentimiento es por demás contradictorio. dobla a la izquierda en Martínez y camina una cuadra hasta Teodoro. mira el teléfono y se fija cuánto tiempo pasó desde que le mandó el texto al Tigre. ya tiene que estar por llegar, piensa. se para en esa esquina maldita y mira las palomas que descansan en el edificio abandonado. odia a las palomas, las odia de verdad, son horribles y las mataría a todas en todo el mundo. entonces lo ve venir, con su caminar desgarbado y feliz de atolondrado. siente cierta calma, la primera desde que dejó su casa. hola, hola, ¿ah, qué hacés?, bien ¿vos?, todo bien, cuántas, dos, che, qué calor, sí, mucho calor, bueno chau viejo, chau, que vaya bien. sí, que vaya bien, cualquiera sea su significado. 

se acerca a un árbol y hace lo suyo: una, dos, tres, ahhh, ya, ahora volver. y vuelve, mirando por la ventana del bondi, contando las calles, y llega a su casa. busca el plato, la entrada y todo empieza de nuevo. pone música, toma un trago de whisky y ahora, ¿y ahora qué?


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